THE LESBIAN SISTERS

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Fotos de Eugenia Gusmerini

viernes, 24 de febrero de 2017

El momento Benjamin Button




Vivir implica una melancolía extraña, limítrofe con la tristeza que queda tras un dolor ardiente. Un perfume invisible que nos acompaña en silencio hasta que una flor marchita, una mano agitándose en una estación de tren, un caminar familiar con el que nos cruzamos, una mirada perdida, nos conecta con esa profunda raíz nacida en el campo de la memoria que nos enlaza con nuestra existencia como especie. La tragedia tranquila del mandato de vivir lleva implícita esta melancolía.
Puede atacar a traición, sin causa, ni objeto, ni beneficio. Somos unos bichos raros que podemos echar de menos gentes, cosas, experiencias que jamás hemos vivido. Recordar escenas que solo forman parte del anhelo de nuestra imaginación o de historias que nos han contado, ansiar hechos que ignoramos serán propicios para nuestra trayectoria como persona. Para llegar a esa melancolía no es necesario hacer nada. Un día aparece. Luego se va. A veces regresa. Está. Es. Convive dentro de nosotros.
Es ésta una melancolía conectada directamente con la despedida. Llega un momento en que sabes que debes decir adiós a aquel hábito, aquella costumbre, aquella cosa o aquella persona que ya no debe seguir en el mapa de tu ser, de tu estar. La ley de la vibración poética del tiempo, así lo pide, lo exige. Acontece entonces una aceptación natural, exenta de esforzadas resistencias. La rendición al camino. Y es en la rendición donde esta melancolía te abraza y se va. Como si te diera la bienvenida a una nueva dimensión de la realidad.
Justo antes de comprender esa crucial transición, sabes que hay que decir adiós. Bendecir ese umbral con otra melancolía, la del corazón. Esa melancolía que ama todavía el reflejo de aquello que fue y sin embargo sabe también que hay que zarpar. De ahí que haya tránsitos en la vida en los que es tan importante saber despedir como dar la bienvenida.
El curioso caso de Benjamin Button es una película que amo. Cada vez que la veo, algo profundo me trasciende, me conmueve en mis adentros con la flecha herida de la vida efímera. Creo que la historia de amor entre Benjamin y Daisy define la melancolía del ser humano como especie. De una manera tan sencilla como segadora, irrefutable. El tiempo del paradójico posible/imposible vivir por vivir, amar por amar, trasmite magistralmente el teorema básico de nuestro discurrir habitual: nacer, crecer, madurar, envejecer, morir. En su anverso y su reverso.
La secuencia del último encuentro entre los amantes tras algunos años de ausencia, la despedida en esa habitación de hotel, cuando Daisy encara ya el final de la madurez y Benjamin está a punto de hacer frente a la adolescencia, me despierta una compasión infinita. Consigue que comprenda sentidos últimos que no sé explicar. Que no hace falta explicar.
El momento Benjamin Button es ese momento en que decimos adiós con amor, con aceptación total de la vida que nos ha sido dada, para emprender la verdad definitiva de la propia vida. Con humildad, con melancolía de vivir. Pues todo pasa y nada queda, mas nuestro destino es pasar.
Todos sabemos hacia dónde viajan Daisy y Benjamin.
Cuánto amor en Daisy.
Cuánto amor en Benjamin.
Cuánto amor en esa película.
Cuánto amor en la vida.
Cuánto amor en las despedidas.
Cuánto amor en las bienvenidas.
Cuánto amor hoy, mañana y siempre en esta melancolía infinita, hermosa que tiene el vivir humano cuando se acepta el ínfimo tamaño de la propia vida.

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